La actual crisis económica está revelando que los gobiernos e
instituciones internacionales están profundamente despistados al
respecto de lo que deberían hacer para resolver la crisis.
Mientras el Fondo Monetario Internacional (FMI) ofrece soluciones
antagónicas a las que proponen otras instituciones, como por ejemplo el
Banco de España y el mismo FMI de hace algunos años, la Comisión Europea
ha anunciado recientemente también que modifica su política respecto a
cuestiones tales como el salario mínimo interprofesional -ahora le
parece una herramienta útil para salir de la crisis. Y los gobiernos,
que comenzaron a intentar capear la crisis con medidas de estímulo
económico ahora están enfrascados en la aplicación de duras medidas de
ajuste que amenazan con llevar la economía a una Gran Depresión.
En ese marco la pregunta que muchos se hacen, con independencia de
sus prejuicios e ideología, es: ¿hay alternativas?, ¿podemos encontrar
soluciones para evitar la gran catástrofe social y económica que se
avecina?, ¿o por el contrario tenemos que resignarnos a aceptar los
efectos que provocan políticas de recortes contempladas como necesarias e
inevitables?
La actual crisis es una naturaleza estructural porque es universal
(no circunscrita a una sola esfera, por ejemplo productiva, financiera,
ecológica…), global (afecta a todas las economías del mundo) y continua
en el tiempo (no es cíclica en el sentido de requerir un breve lapso de
tiempo para su recuperación). La crisis más parecida ocurrió en los años
treinta del siglo pasado, si bien ahora hay nuevos elementos en juego
de una importancia crucial (como el fenómeno ecológico).
Ahora bien, cuando uno busca alternativas tiende a pensar a partir de
una estructura mental muy determinada históricamente. Esto quiere decir
que de forma automática ofrecemos respuestas que se inscriben dentro
del marco habitual en el que hemos venido operando hasta este momento. Y
ahí está uno de los errores más importantes, pues echamos mano de las mismas herramientas que hemos utilizado hasta ahora para procurar responder a problemas que son nuevos.
Pero lo que se está viniendo abajo es precisamente ese mundo al que
estábamos acostumbrados, esas instituciones que habían regido el
funcionamiento de nuestras economías en los últimos treinta años. Se
está viniendo abajo, en palabras de los economistas radicales
estadounidenses, la estructura institucional que ha configurado el mundo
en el que vivíamos hasta ahora. Más concretamente, se están
rompiendo las formas de relación entre capital y trabajo, entre capital y
Estado, entre capitales y la propia ideología dominante.
En este escenario no cabe respuesta en el marco institucional
previo, es decir, no es posible pensar en términos de algo que ya no
existirá por más tiempo. Y esto la derecha económica lo sabe
perfectamente. La derecha está dinamitando esas relaciones arriba
mencionadas con objeto de avanzar hacia un nuevo orden social de una
naturaleza profundamente regresiva. Cabe decir, a modo de ejemplo, que
la derecha no reforma el mercado de trabajo sino las relaciones
laborales, esto es, la relación entre capital y trabajo. Y obviamente lo
hace a favor del capital, porque el modelo social al que aspira
requiere eso. Requiere superar las actuales instituciones a favor de una
nueva configuración social diseñada a partir de sus tesis ideológicas.
La izquierda tradicional o socialdemócrata, sin embargo, espera
amargamente un cambio milagroso que le permita volver a ofrecer
soluciones en un marco familiar. Por esa razón los partidos
socioliberales, como el PSOE, limitan su acción política a esperar que
la Unión Europea de un giro de 180 grados y vuelva a admitir políticas
de inspiración keynesiana. Pero no entienden, o no quieren aceptar, que la
propia Unión Europea es una institución rota que se mantiene viva
porque la derecha la está utilizando en su huída hacia delante, hacia ese nuevo orden social que convenimos en llamar neofeudalismo.
La solución a esta crisis estructural tiene que ser necesariamente estructural,
es decir, ha de modificar todas esas relaciones a las que hacía
referencia antes. Pero no al modo en que lo hace la derecha, sino a
partir de otra lógica radicalmente distinta. Las medidas de política
económica necesarias implican romper y superar el marco actual.
Baste un ejemplo gráfico. El problema de la vivienda en nuestro país
es tan grave que lleva a que haya una media de 250 desahucios al día a
la vez que existen casi 6 millones de viviendas vacías, todo lo cual se
acompaña de una realidad social que impide que las generaciones más
jóvenes puedan incluso aspirar a emanciparse. Esa situación puede
resolverse interviniendo en los stocks de viviendas que son propiedad de
los bancos, tanto de los privados como de los que están intervenidos,
pero conlleva necesariamente romper con la lógica imperante hasta ahora.
Es decir, es una solución radical -la única posible- que
implica romper con los contratos y la llamada seguridad jurídica, e
incluso con la propiedad privada. Lo mismo ocurre con otras
soluciones necesarias como la auditoría de la deuda pública o la
reestructuración de deudas privadas, medida esta última que recomienda
ya hasta el FMI.
No olvidemos el contexto histórico, en un mundo altamente globalizado
donde las economías capitalistas compiten entre sí con mayor ferocidad
que nunca y donde los trabajadores de todas partes están sometidos a la
existencia del “ejército industrial de reserva mundial”. El mundo está
cambiando y esta crisis está demostrando que la fractura institucional
afecta a todos los niveles, incluído el ideológico. La gente está
cambiando también su estructura mental, tras desmitificar el capitalismo
y la ideología dominante que profesaba que el individualismo social y
económico nos llevaría a la gloria personal y nacional. Todo está en
cuestión y lo estará más en los próximos meses y años, abriendo
oportunidades y riesgos nuevos para la configuración de una nueva
sociedad.
La derecha ya ha tomando su decisión porque está huyendo hacia
delante. Sabe que de esta crisis ha de nacer un nuevo orden social y,
dejándose arrastrar por la dinámica del sistema capitalista que conlleva
la competencia feroz en todos los ámbitos, se está deshaciendo de lo
que considera lastres (Estado del Bienestar y derechos laborales
fundamentalmente). La izquierda está despertando,
afortunadamente, y ya reclama la refundación de los países y las
economías, llamando a nuevos procesos constitucionales y otras nuevas
formas de cambiar la configuración social actual. Ahí es donde
yo veo la batalla, en responder qué nuevo orden social queremos nosotros
en contraposición con el dramático deseo de la derecha.
Alberto Garzón Diputado por Málaga en el Congreso |